Ruth Ortiz Martínez

24 de ene de 20211 min.

Verano 2020.

El antes y el después de mi vida llega en este momento.

Cuando todos buscaban piscinas, sol y alguna que otra cervecita bien fresquita, yo buscaba

sudaderas, mantas y poder estar sola. A 40º os aseguro que sentía frío. Mi piel estaba seca. No daba un paso sin asfixiarme. Hacer la cama me costaba horrores porque no podía coger ni una simple sábana. Me pesaba la ropa que llevaba puesta.

Mi corazón latía cada vez más despacio. Mis pulmones necesitaban oxígeno y mi cuerpo necesitaba cambiar. Y me prometí más de un millón de veces hacerlo, pero no podía. Os aseguro que no podía cambiar. Me tenía tan agarrada…

Las llamadas con la UTA me mantenían un poco alerta, sabía que en cualquier momento podía llegar el día que me vieran en persona, pero mientras tanto, me iba librando.

Hasta que un día, inesperado y sin pensarlo, me llaman que me quieren ver en persona.

Se lo comenté a mis amigos, que días antes había estado con ellos por hacer acto de presencia y no parecer que estaba demasiado aislada y no se sorprendieron.

Fue un amigo el que llamó para que me vieran en persona porque me veían tan mal que no sabían ni qué hacer. Y menos mal.

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