Carta a la anorexia pensando en ella como un boa constrictor que es tu enemiga.
Me has arrebatado la vida. No te has parado a pensar en la rapidez con la que lo has hecho todo; sin pensar, sin pedir permiso. Además, con violencia, sin un toque, sin un aviso.
Te has aprisionado a mí aun teniendo los mismos pinchos que tiene un cactus, haciendo daño y sintiendo dolor.
Eres difícil, impredecible y duradera. No dejas cabida al pensamiento lógico ni a las secuencias con sentido que se pasaban por mi cabeza antes de que todo esto me sucediera, y, aun así, sigues presente.
Solía escuchar una frase que decía que “lo que no te hace feliz, déjalo ir” y parecía fácil pensarlo cuando no estabas a mi lado. Pero te has hecho mi cómplice, mi aliada y mi compañera y no puedo quitarte de encima, ni con el mayor escudo que pueda ponerme.
Intento evitarte, pero siempre apareces. Eres como el susto en una película de terror, que no está siempre presente visualmente pero que sabes que va a llegar y te mantiene en tensión en toda la trama.
Eres angustia, dolor y miedo. Mucho miedo. Capaz de quitarme la vida si me agarras un poco más fuerte, si es que se puede.
No eres mar en calma, golpeas como lo hacen las olas en un acantilado, además sin verlo venir.
No entiendes de edad ni de sexo, no ves la vida como algo que solo se vive una vez.
Me haces contarte secretos, sacar lo peor de mí, aislarme, cambiar mi personalidad y pretendes que cada día esté más cerca de ti, quitándome la vida y, peor aún, el alma.
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