Carta a un amigo imaginando que han pasado cinco años y que te has liberado de la anorexia.
Querido amigo:
Soy libre y feliz.
Estoy disfrutando del aire puro en una montaña, soy capaz de dejar a un lado todos los pensamientos negativos y al fin sonrío de verdad.
He aprendido a valorar de nuevo los abrazos, los besos y las risas en una terraza con alguna que otra cerveza. A bailar, a reír a carcajadas y a dejarme llevar.
Sólo hay una cosa que no me deja ser libre todavía, no empieza por “a” como te estás imaginando, empieza por “c”; es la cama y son los domingos por la mañana. Cuando no me toca turno, no hay quien salga de ahí, a no ser que tenga que vestirme para hacer algún que otro plan en compañía de los míos.
Estoy bien, a veces me toca aguantar a mi enemiga que viene sin avisar, ya sabes, pero como a ti también te toca algún que otro día aguantar algo que no te gusta; pero sigo tu consejo: “si algo no te hace feliz, déjalo ir”, así que dejo que se vaya, cuando ella quiera, pero no dejo que me grite más alto de lo normal, incluso a veces, puedo burlarme de ella con un sentido irónico, ya sabes que ya no nos llevamos tan bien, ahora me gusta más ponerme las botas y el uniforme cada mañana y mantenerme viva con mis amigos de verdad, los que te dan los consejos que te mantienen viva.
Quería contarte lo que sentía, porque soy libre y feliz gracias a personas como tú. Me debes una tarde, un día o media vida, porque necesito darte lo que un día no me dejaron valorar ni disfrutar y no quiero ni pienso desaprovechar ni un minuto más. Hay que exprimir los momentos al máximo como lo haces tú cada mañana con tu zumo de naranja y tu media tostada de jamón. Y supongo que eso es la vida, saber disfrutar de los pequeños placeres.
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